Los cuatro jinetes del Apocalipsis
Me bajo y camino hasta donde están los dos. El conejo está furioso, porque el rabo le hecha humo y lo tiene despellejado. ¡qué feo mi madre! Parece un boniato asado. Y huele a trapo quemado. Y Alicia no suelta el espejo. Me paro frente a ella y doy un brinco del susto. Detrás del espejo se mueven unas figuras que salen y entran de su parte posterior. Y de entre ellas se distingue una delgada regla que tiene un extraño comportamiento: Mientras más se aleja de la superficie trasera del espejo y penetra en el espacio, más corta y delgada se hace. Ella ve mi cara de asombro y me dice:
o ¿Te fijas? Por eso es que no se pueden medir las cosas en movimiento. Porque las varas de medir también se mueven. Claro que eso es cuando van muy rápido. Además se mueven moviéndose y se mueven engordando y se mueven afinándose. La cuestión es que cambian igual que cambia lo que quieren medir. Es una verdadera locura. Pero es verdad. Si no, ahí tienes la bomba atómica.
Yo me quedé con los ojos bien abiertos y con el cerebro bien cerrado. Ella se dio cuenta y dijo:
o Perdóname Patricia, perdóname. Es que todavía estoy sufriendo los efectos de haberle dado cuerda al reloj para atrás. Esa lección es una de las últimas del manual. Y no he tenido en cuenta que aunque sabes mucho del pasado, todavía te estás asimilando a bebé. Ven conmigo que te quiero enseñar lo de hoy. Y el camino es largo.
Diciendo así, me tomó de una mano y empezamos a caminar detrás del conejo. Poco a poco nos internamos en una floresta cada vez más densa con un mal olor penetrante y que todo lo abarcaba.
Mientras caminábamos fue contando:
o Este es el mundo de las barajas y hay cuatro clases: Bastos, Copas, Oros y Espadas. Además, ellas tienen que jugar permanentemente al tute. Hoy aprenderás quién es cada quien.
Al cabo de un rato salimos a una explanada donde se asentaba un caserío de unas pocas decenas de chozas y varias calles donde se revolcaban los cerdos en un fango putrefacto y maloliente. De pronto se sintieron unas campanadas y una voz gruesa de bajo atronó:
o Las veinte en Bastos
Alicia dijo:
o Aquí estamos. Este es el Municipio de La Plusvalía. Aquí viven los Bastos que dan todo su esfuerzo de la mañana a la noche para obtener las riquezas. Aunque de esas riquezas nada les toca. Porque nada les hace falta. Dando y dando todo el tiempo. Y como no conocen otra cosa, ellos son felices así.
o Y ¿dónde está la gente? – dije yo asombrada.
o ¿La gente? No son gentes, son cartas. Esto es una simulación. Ellas no trabajan aquí, solo duermen. Ahora están en las fábricas y en las granjas, para aprovechar la luz del día. Y por la tardecita entregan los productos en los almacenes y regresan cantando y bailando. Que es su premio. El premio del deber cumplido.
o ¿Y los puercos? ¿Y la peste?
o Ah, eso es para fin de año. El 20 de diciembre se les da vacaciones hasta el 6 de enero. Entonces todos los Bastos se ponen a secar los fangales, a rellenarlos con cascajo y a recoger a los puercos para el sacrificio de nochebuena. Finalmente, los Bastos pequeños siembran las flores en los barrizales, los puercos se sacrifican y se preparan y el 24 empieza la fiesta. La Fiesta del Señor. Y así se la pasan, más felices aún, hasta el 6 de enero, donde todos reciben sus juguetes. Y de nuevo a dar el esfuerzo y el sudor. Con nuevos bríos y alegrías.
o ¿La Fiesta del Señor? ¿De qué señor?
o ¿De qué señor va a ser? Del Señor de las Cartas. Ya lo conocerás.
Y como no se podía pasar por aquel espantoso fanguero, nos montamos en el conejo, que con gran cuidado fue sorteando los lugares más terribles. Con las narices arrugadas y el estómago revuelto, llegamos al camino real. El conejo se sacudió y nosotras continuamos a pié.
Poco a poco el olor desapareció. Quiero decir, ese olor. Porque otro, no tan desagradable, pero más penetrante aún, nos fue invadiendo. Al rato llegamos al próximo poblado. La misma voz, aún más bronca, atronó:
o Las veinte en Copas.
Alicia explicó:
o Patricia, los Bastos son muy resistentes y resignados. Casi todos son muy felices. Pero algunos no resisten. Entonces se mudan al pueblo de Las Copas. Aquí trabajan igual que en Los Bastos, pero en lugar de comida reciben ron. Y entonces si son felices de verdad. Porque el ron les quita toda la sensibilidad. Y a veces, cuando sufren un accidente, les pueden cortar un pedazo de carne y no lo sienten, por la curda que tienen.
Guardando silencio unos instantes continuó:
o Esa es la historia oficial. Pero algunos dicen que aquí vienen también los castigados. Los que no se portan bien. Y los que se rebelan. Y el ron los tranquiliza. Y andan de botella en botella. Y algunos que no son castigados, vienen también. Diz que dicen por embullo. O por curiosidad. Ellos tienen un Rey que es el que se ocupa de las relaciones públicas. Para ello ha creado una Gran Fiesta Anual a la que todos están invitados. Los de aquí y los de afuera. Y los de más afuera también. Menos los de adentro. Que, eso si, pueden ver como se divierten en su patio los gallos ajenos. Y el Rey se pasa todo el día haciendo las listas de invitados, aunque hace como que trabaja, mientras la Sota, una matrona coja y zamba, lo sigue a todas partes, con una cartera llena de botellas de las mejores marcas, de las que salen las continuas libaciones. Para el Rey. Y para la Sota también. Que eso se pega. Y cuando el ron afloja los esfínteres del Rey, ahí está la Sota. Que para eso está. Y también tiene un trapito en la cartera. Y aquí no hay puercos en la calle, porque a los de aquí no les dan fiestas. Solamente el 31 de diciembre les cambian el ron por cerveza. El día 1 de enero es feriado y el día 2, limpios y sobrios, ya están listos para continuar.
Cuando ya abandonábamos el poblado, dijo Alicia:
o Ahora saldremos del Municipio de Plusvalía, donde se produce todo. ¿Ves como parece que está saliendo el sol a pesar de que ya estamos a media mañana? Ese es el Municipio de El Mazo y ahora entraremos en el Pueblo del Oro, donde todo brilla. Donde están los almacenes con la plusvalía. Y donde viven los gordos. Los que no trabajan. Solo hacen las cuentas. Y tienen las llaves. Y se la pasan de fiesta en fiesta. Vestidos de amarillo. Riendo y bailando. Y fíjate Patricia, como tienen tanto, pues siempre tienen mucho miedo de que se los quiten. Y por eso para entrar en el Pueblo del Oro, tenemos que pasar por la puerta de los muros de la ciudad. Que así la llaman aunque todavía siguen siendo un pueblo. Y para salir nos registran. Y aquí Los Bastos y Las Copas no entran ni jugando. Porque el olor los delata desde una legua de distancia. Y entonces intervienen las Espadas.
o ¿Y quiénes son las espadas? – dije yo.
o Las Espadas son Los Flacos. Los Gordos hicieron el Sistema, lo administran y son los Dueños, Los Bastos y Las Copas lo mantienen vivo y Los Flacos son los Guardianes del Orden.
o ¿Y dónde viven los Guardianes del Orden? – dije yo.
o Los Flacos no viven. Ellos matan. A los que se rebelan. Y realmente de hace un tiempo a esta parte han cerrado su poblado y nadie puede entrar ahí. Mucha gente dice que se han mudado. Pero otros creemos que están preparando el Nuevo Orden. Y yo estoy segura de que ellos serán Los Dueños Finales. Y acabarán con Los Gordos. Que siempre pensaron que Los Flacos eran sus sirvientes. Pero a fin de cuentas, Los Flacos son los que tienen las armas.
El conejo, que nos seguía mordisqueando las yerbas a la vera del camino, dio un salto y desapareció. Unos metros más allá se le vio correr hasta una pequeña charca. De la charca saltó una rana con un monóculo, que le entregó al conejo un gran sobre amarillo lacrado en rojo. El conejo dio la vuelta y llegó corriendo hasta nosotras.
Alicia rasgó el sobre y lo leyó atentamente.
o Nos invitan a la Fiesta de los Oros. Es una carta del Rey, pero está firmada por la Reina, que es la que manda. Y usa moños y tiene ojos de loca. Pero sobre todo, tiene al Rey molido a gaznatones. Vamos allá, que no se le puede despreciar.
Así las cosas, el conejo nos condujo a la puerta de la fortaleza, custodiada por todo un escuadrón de Espadas, aunque al mando de un gordito Coronel, vestido de amarillo y gorra alta de plato con filetes rojos. Era impresionante el porte de las Espadas. Flacas, Fuertes, Flexibles. Armadas con todo tipo de estiletes, además de las brillantes espadas que eran ellas mismas. Estaba clarísimo que con un solo grito bien dado, el gordito al mando saldría corriendo.
Un alto ujier amarillento nos revisó la invitación y fuimos conducidos por pasillos muy iluminados en medio de un ruido estruendoso de música que interpretada una gran batería desde los balcones colgantes a ambos lados. Al fin, aturdidos pero vivos, llegamos al Gran Salón.
Alicia fue conducida directamente a la Reina, colgada de una gran percha, mientras varias jóvenes cartas le estiraban los costados en un afán inútil de hacerla entrar en un gran corsé de largas ballenas. Resoplando, la Reina bufó:
o ¿A quién trajiste ahora Alicia? No somos los payasos del circo soviético. Traeme a gente simpática, que me caiga bien y que me haga reir. Porque esta niñita tiene cara de ser una gran pesada.
Yo no pude controlarme y le grité:
o Seré pesada, pero no soy gorda.
La reina empezó a escandalizar, llamando a los guardias. Y grita que te grita, se cayó de la percha. Y quedó arrugada como un acordeón desinflado, mientras las ayudantes corrían a levantarla. Alicia me tomó de la manó y salimos corriendo.
Ya más calmadas me fue conduciendo de grupo en grupo.
o Aquí se reúnen los desclasados. Los que alientan a los gordos a permanecer satisfechos de si mismos. Y a los Apestosos a estar contentos con su suerte. Intelectuales y artistas, periodistas y filósofos, músicos, abogados y pintores, cobradores de tranvía y vendedores de pan de flauta. En fin, todos los inútiles.
Alicia se detuvo un momento, miró la hora en el reloj del conejo y dijo alarmada:
o Algo extraño pasa. Ya tiene un minuto de retraso el canto. – dijo.
o ¿Qué canto? – dije yo.
o ¿Cuál va a ser Patricia? El canto de Las Cuarenta. Porque los Gordos siempre tienen el Palo de Triunfo. Porque el juego está arreglado y siempre los Oros son triunfos. Pero espera. Algo pasa.
Realmente algo pasaba. Un pequeño carruaje tirado por una pareja de gordos chivos venía desde el fondo del salón. Al llegar a nuestra altura se detuvo y un Gordo Mayúsculo, un Gordísimo, maquillado como una prima donna, se bajó y subió cansinamente los tres escalones del podio central. Allí se levantó las falditas amarillas, se aclaró la voz y proclamó, en una extrañísima voz de pito de flauta:
o Las veinte en oros.
Fue el acabose. Qué algarabía. Alicia me dio un empujón y salimos corriendo, con el conejo por delante, hacia las puertas principales. Allí nada sabían todavía y pudimos salir sin dificultad.
o ¿Qué pasa Alicia? – dije yo.
o ¿Qué pasa? Pues que alguien ha tomado el poder. Y cantaron las veinte en Oros. Y ahora cantarán las Cuarenta, pero de otro palo. Y seguro que ahora las Espadas son triunfos. Y se quedarán con las diez de últimas también Y más nadie puede ser. Porque no siento ninguna peste.
Seguimos corriendo, yo sin comprender gran cosa. Alicia respiró y dijo:
o Porque yo lo sabía, lo sabía. Porque ellos han elegido a un nuevo comandante en jefe.
o ¿Y cómo se llama?
o ¿Cómo va a llamarse, Patricia? Don Pinocho Espátula, El Señor de las Cartas. Que no tiene debilidades. Ni vicios. Ni madre tiene. Porque nació en una fragua. Y llegará a ser el nuevo dueño de todo. Y le van a hacer Mesa Limpia a los Gordos.
Con tanto ajetreo yo sentía una debilidad que casi me impedía caminar. Alicia me miró, le hizo una seña al conejo y dijo:
o Ya va llegando la hora de irte Patricia. Y no te atormentes que casi nunca se pueden saber las historias completas. Confórmate con saber que ahora llegará La Virola. Los Flacos serán los nuevos dueños. Y poco a poco empezarán a engordar. Y a necesitar algunos Flacos que les cuiden sus riquezas. Y que depuren a los antiguos Gordos. Y los manden para el municipio Plusvalía. Y todo se repetirá de nuevo.
o Y ese es el objetivo de esta lección Patricia. Que sepas que no es el amor. Es la fuerza. Esa es la verdadera razón de todo. Y aprende también que en tu mundo no hay cartas. Pero están los militares. Te guste o no te guste. Y lo mejor es que te hagas Sargento. De la Policía. O del Ejército. O de los Bomberos. Pero Sargento. Nada de informática ni de turismo.
Ella me miró con atención y me abrazó con ternura.
o No llores Patricia, no llores. Porque siempre puede haber alguna esperanza. No toda tu vida tendrá que ser de apestosa. Por ahora puedes seguir queriendo a tu mamá y a tu papá. Y a tu abuelo. Y a lo mejor no eres gorda ni flaca. Mantente en el término medio y quizás puedas ser feliz. O por lo menos intentarlo.
Yo no pude aguantar más. Mientras las campanas sonaban por todas partes y los escuadrones de espadas rodeaban el Palacio amarillo, me subí a un barril, me arreglé la capa, salté al espacio y mientras me alejaba, le grité, aún llorando:
o Alicia, la peste el último.
Cuando abrí los ojos, estaba acurrucada en el sobaco de mi abuelo y mi mamá me hacía cosquillas en el pié. Ahora si quería irme para el Círculo Infantil. En paz y sin ningún canto. Eso si, me aprenderé bien todas las marchas.
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